viernes, 25 de abril de 2008



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Vivía la pequeña xana en su río de aguas claras, tenía todo lo que podía imaginar al alcance de sus finas manos. El bosque, los pájaros, la música, el agua, la tierra, todos sus amigos... Pero de un tiempo a esta parte, Xanaser no se sentía completa. No podía negar que era feliz, pero le faltaba algo esencial.

Su perfecto mundo coexistía con el progreso separado por alambradas y espinosas zarzas encantadas que lo mantenían a salvo de la más destructiva raza del planeta. Y dentro, todo era perfecto. Todo era feliz. Hasta que Xanaser comenzó a preguntarse porqué el adorado Sol que bronceaba su piel todas las mañanas se acostaba siempre lejos de su reino, y se despertaba, coloreando todas las cosas que encontraba a su paso, siempre tan lejos de su hogar. Si tan perfecto fuera éste... ¿por qué el gran Sol no quería vivir con ellos? Y, ¿qué decir de la bella y pálida Luna? Sólo se sentía cómoda en el bosque cuando presumida mesaba sus cabellos mirando su reflejo en el estanque de pacíficas aguas de la linda xana. Después, altiva, fría e irresistiblemente bella, hacía la noche en la más profunda distancia de su cielo negro sin siquiera mirar la vida del idílico bosque. ¿Por qué la Luna no quería tampoco vivir con ellos?

Xanaser, una noche que se bañaba en el reflejo de la Luna lo tuvo claro. Tenía que cruzar al otro lado. Quería llegar hasta donde duerme el Sol, hasta donde se acicala la Luna. Y sin decir nada a nadie por miedo a que intentaran persuadirla y lograran que desistiera de sus ansias de libertad, se marchó del bosque.

Y vivió el horror de pasar hambre, de las siempre absurdas guerras, de la avaricia, de la ambición desmedida, de la corrupción del dinero y del poder. Vivió las enfermedades, los celos, las peleas, las tristezas, las locuras. Vivió la soledad del hombre moderno, siempre comunicado pero siempre tan aislado de todo. Vivió la tiranía, la dictadura, los crímenes impunes, los robos y la violencia. Vivió la indiferencia y la enajenación. Vivió la pobreza más humilde y la riqueza más insensible.

Y durante todo ese tiempo no dejó de caminar. Buscando al Sol y a la Luna, Xanaser se iba sintiendo envejecer sin sentirse más cerca de sueños. Pero Xanaser nunca perdió la esperanza. Nunca perdió la fe en sus sueños. Nunca dejó de caminar.

Una mañana de marzo, fría y brumosa. Se despedía la pequeña ninfa de los últimos rayos de Sol cuando vio un extraño reflejo detrás de unas piedras en la linde del camino. Era un brillo intenso, irisado, magnético. De una belleza tal que por un momento la dejó sin aliento. Corrió hacia las piedras llena de ilusión, pensando haber hallado a la Luna desperezándose. Y no salió de su asombro cuando descubrió, agazapado y medio dormido a un joven varón de extraordinaria belleza que emitía los destellos que la habían guiado al compás de su regular respiración.

Xanaser no pudo encontrar ni a la Luna ni al Sol. Pero, sin buscarlo, sin esperarlo y sin saber realmente ni qué era, Xanaser encontró al Amor agazapado en un polvoriento y solitario sendero.

Y entonces supo que todo su viaje había merecido la pena. Y aunque no durase eternamente, volvería a caminar sola toda la vida si con ello pudiera sentir tan sólo un segundo más lo que sentía cuando le miraba a él a los ojos.

Ya no había alambrada, ni espinosos matorrales, ni barrancos ni enfermedades, que la pudieran detener.

Perdón por la gilipollez, ¿vale?... podéis abuchearme. Pero el amor es lo que tiene. Que es en sí mismo, gilipollas.

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martes, 15 de abril de 2008



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Amanecía en la sierra, al pie de la Maliciosa. Mi hermana subida a un árbol que yo no veía pero sentía. Un huevo congelado. Un globo morado. O dos. Y el andar flotando. O el haber echado a volar si no fuera porque las zarzas me sujetaban de los tobillos, heridas que, hoy martes, me recuerdan lo persuasivas que pueden llegar a ser esas plantas. Querer ser pájaro. Los nidos-chalet de cigüeñas, de amor para toda la vida. Tus ganas de volar sumadas a las mías. Vapor de besos. Sólo una nube algo tímida y sonrojada. La carne de gallina. Hacer fotos que sujeten con fuerza la magia una vez despiertos. Hacer mapa de tu cuerpo y de leyenda un tímido “te quiero” que me sorprende haciéndome la dormida. No hablar de despedidas, ni de ausencias, ni carencias. Mirar en tus pupilas y, por fin, ver más allá. Encontrar un sueño abrazada a la nueva almohada de carne y hueso. Y sentir que no se va a terminar aunque abra los ojos. Volver a volar. Ya dormiremos mañana. Odín entre mis piernas al primer descuido. Gemelos. Gemelas. Tú y yo y un amanecer en la sierra.

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