viernes, 19 de septiembre de 2008
Aquí vive Alba
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Aquí vive Alba.
Llevamos 24 semanas compartiendo piso/tripa. Bueno, la verdad es que para ella esto es más bien como un hotel, porque no friega ni hace camas. Ni siquiera cocina lo que (con tanto apetito) se come. Tampoco es que yo haga muchas de esas cosas… los abuelos nos miman en exceso, me temo.
Yo sería muy feliz sabiendo que el hotel es de cinco estrellas y un cometa, como en los cómics de Mortadelo y Filemón. Pero muchas veces me preocupa saber que no es así. No es la mejor habitación y no sabes cuánto lo siento. El estar gorda, la tensión que cuando tiene que bajar no baja, en definitiva, el no haberme cuidado un carajo en toda la vida… ahora lo vas pagando tú y eso me pone triste por las mañanas cuando te miro. Duermes plácidamente y yo te acaricio, por eso estoy llegando tarde a trabajar toda la semana, me gusta acariciarte y me olvido de las cosas ahora menos importantes. Para colmo voy y te regalo un resfriado de campeonato, fiebre incluida. Pero ya me ha dicho la doctora que para ti es peor la fiebre que el paracetamol. Yo no lo sabía, por eso fui al médico. Y parece ser que ésta es la primera vez que te dejan drogarte legalmente ¿Qué te parece? (no te acostumbres mucho que luego todo esto se paga).
Ahora cuando camino por la calle es frecuente verme tocándome la tripa. Antes trataba de meterla para que no se notara, sobre todo cuando caminada delante de chicos más jóvenes que yo (una estupidez como otra cualquiera, no creas que no me da un poco de vergüenza admitir estas cosas, pero bueno), pero llega un momento que la tripa no se mete por mucho que tú lo intentes… no… ¡qué va!, lo que pasa es que llega un momento en que te sientes orgullosa de lo que eres o, al menos, de lo que vas a ser. Supongo que en embarazos más “previstos” (digámoslo así a partir de ahora porque decirte no deseada no sería cierto) te sientes orgullosa mucho antes y no andas haciendo esas tonterías que yo hice. Pero así fue y no tiene sentido negarlo.
Por todas estas cosas yo sé que es casi seguro que éste no es el mejor hotel del mundo, pequeña. Pero a mí nunca se me ha ido la vida en tener dinero (claro que puedo cambiar de opinión el día que lo tenga a espuertas… ¿no?), no creo que se necesite beber agua del grifo en cristal de bohemia soplado por artesanos del siglo XVII para darte cuenta de que cada vez sabe más a cloro, a mí me sirve mi vaso enorme de Pinocho, de plástico duro que regalaban en el Burger… allá por el siglo XX (que, además, si se te cae no se rompe). Lo que sin duda sí sé es que, cada noche, encontrarás sobre tu almohada un bombón o un caramelo. Para que sepas que, pase lo que pase, no habrá nadie en el mundo que te quiera tanto yo te quiero.
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