domingo, 5 de diciembre de 2010

Hoy.


Estás a paunto de cumplir años. Años en plural, madre mía. Da un poquito de vértigo esto. Miro lo que he pasado y trato de intuir lo que está por llegar, mañana mismo, entiéndeme... y tengo miedo. Miedo de que vuelva lo malo y no me deje ser como quiero ser. Como te mereces que sea.

Sé que más de una noche, envalentonada la noche a punto de dar paso al día, envalentonada yo por cosas que pasan cuando apenas hay luz y sí muchas ganas de recordar viviendo, he negado a voz en grito cualquier miedo del tipo que tengo miedo a temer. Añadiendo lo de "... y cuántos más". Pero ahora que hablo conmigo misma y no me puedo negar a escuchar(me), el grito entona otros versos y la noche amarga con otro sabor de boca.

Te quiero, ¿sabes? Sé que te lo digo un millón de veces al día, y tal, pero es que TE QUIERO. A veces te ríes. Otras me ignoras y me río yo. Luego te digo eso de "¡Eh!, hoy no me has dado ningún beso, ¡dame uno bien sonoro!" y me miras de lado con cara de ir a hacerte rogar. Pero corres y me besas. Y eso también lo aguantas más de una, más de dos y más de tres.

Hablo y me entran ganas de abrazarte (y sonrío).

Y hay deseos que se hacen realidad. Así que me voy a por ellos. Y además, tal vez hoy, también me deje abrazar. Y que se joda el miedo. Que se joda para siempre.


(Aquí y allá)

martes, 9 de noviembre de 2010

No todo tiene un nombre.

Juegan a quererme. Y yo me dejo. Y todos nos reímos. Mientras yo imagino.

Sería bonito conocerte como ellos piensan que quiero hacerlo. Bonito y algo más. Sin vergüenza o con ella, es igual. Luego viene el después y no creo que me importe. Qué baratito es soñar.

El caso es que tienes algo, ya en serio, que me abre las alas, por decir. Algún día te conteré qué es… algo así como ese querer no asomarse y esos ojos que miran más allá. No sé. Ahora estoy en modo tortuga. Con coraza de caparazón. Y capeo imprevistos, ya no arriesgo. Pero quizás sí tú… tal vez si yo… así, sin más, quién sabe.

Cuerpo a tierra. O a cama. A por los minutos que no quiero confesar.

¿Hasta mañana?

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Porque aquí no hay nada muerto, sino medio dormido.




















A veces, sólo a ratitos que rara vez van más allá de las horas que debiera tener una noche que le muerde el despertar al día, la vida parece detenida. Y los momentos abrazados de la amistad de alma son como siempre. Las risas también. Alguna arruga más, puede. Pero los mismos ojos que no han dejado de soñar siguen brillando como las farolas bajo la lluvia que limpia Madrid. Y aunque luego tenga dos días lo de dentro por fuera y al revés, lo volvería a hacer.

Otras veces, superando el “lumartes”, aparece alguien que sin ser y no sé yo cómo pues, me pone la piel de gallina y me hace abrir un nuevo documento, ya ves lo que estoy haciendo. Y sólo sé decirle, te cuento, encantada de conocerte, te cuento siempre que quieras escuchar. Ahora está todo en silencio. Y esas cosas me emocionan. Porque el silencio siempre ha abierto puertas que no siempre se pueden cruzar, por falta de fuerzas, por miedo quizás. Por saber que detrás del eco que deja la última risa infante del día, habita la soledad.

Entonces cierro los ojos y trato de dormir, mientras espero, hoy sí, que a eso de las dos, decida venirse a la cama, conmigo, y con esos ojos a medio abrir y a medio cerrar, diga su inconfundible “mamá” mientras sus manitas me buscan en la oscuridad, seguras de encontrarme.

Justo ahí cobran vida los sueños, ¿sabías?