domingo, 6 de enero de 2008

Nuevo año, mismas sensaciones



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A veces volvía a casa sin caricias, casi a la hora de comer, se encontraba a sí misma encaminando sus pasos hacia casa de sus padres, sin especial interés. Simplemente porque no podría sentirse en casa en ninguna otra parte en ese momento. O sí podría, pero la distancia levantaba muros de piedra en el sentir cerca, en el sentir calor, en el sentirte.

Y miraba al horizonte y contaba pasos solitarios. Su rodilla se quejaba con un dolor palpitante y sordo. En cierto modo, eso le hizo sentir viva. Y pensó. Las caricias guardadas en el baúl del cariño no tienen porqué estar tan mal. Porque pueden esperar. Porque te van a esperar. Porque el aquí y el allí se va a confundir mañana al compartir un colchón de ninguna parte, de cualquier lugar.

La carne de gallina volvió al recuerdo de sus dedos apartando el pelo de su cara. El beso de bienvenida, primero del año, quién lo diría. Y ese decir te quiero mucho con toda la naturalidad del mundo. Con la sonrisa pintada y los ojos que buscan recovecos escondidos. Y así es difícil no quererte y lo sabes. Así es difícil no suspirar. Y suspira cuando te alejas por la calle abajo, entre la persistente niebla que cubría Madrid en la Noche de Reyes. Y un pensamiento. Te regalaría mi vida si con eso supiera que la fueras a compartir conmigo con esa forma de reír, de ir y venir, de casual casualidad y abrazo tímido. Y una certeza prendida de la solapa, para que la pueda oler acurrucada en la cama: me conformo con que seas mi amigo. Me conformo con verte mañana.

Y te regalará aire pintado en papel fotográfico. Y ojos de cartón de miradas que hacen cosquillas. Ya tenemos copia para la copia de la vida. Te la acercará cualquier día.



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