martes, 15 de abril de 2008



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Amanecía en la sierra, al pie de la Maliciosa. Mi hermana subida a un árbol que yo no veía pero sentía. Un huevo congelado. Un globo morado. O dos. Y el andar flotando. O el haber echado a volar si no fuera porque las zarzas me sujetaban de los tobillos, heridas que, hoy martes, me recuerdan lo persuasivas que pueden llegar a ser esas plantas. Querer ser pájaro. Los nidos-chalet de cigüeñas, de amor para toda la vida. Tus ganas de volar sumadas a las mías. Vapor de besos. Sólo una nube algo tímida y sonrojada. La carne de gallina. Hacer fotos que sujeten con fuerza la magia una vez despiertos. Hacer mapa de tu cuerpo y de leyenda un tímido “te quiero” que me sorprende haciéndome la dormida. No hablar de despedidas, ni de ausencias, ni carencias. Mirar en tus pupilas y, por fin, ver más allá. Encontrar un sueño abrazada a la nueva almohada de carne y hueso. Y sentir que no se va a terminar aunque abra los ojos. Volver a volar. Ya dormiremos mañana. Odín entre mis piernas al primer descuido. Gemelos. Gemelas. Tú y yo y un amanecer en la sierra.

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