miércoles, 23 de marzo de 2011

Un rato cada día.


Esta mañana he ido a la oficina de empleo, esta vez sin madrugón y sin colas, cosas de la cita previa, eso sí la espera se acorta pero no desaparece. En fin.

Al salir me he ido, originariamente, a comprarle unos zapatos a la niña. Zapatos de buen tiempo, ya sabes, que no nos pillen los buenos días desprevenidas no vaya a ser que se quieran ir nada más llegar. Y llovía y no me gustaba ningún par. El tiempo es así, claro. Las modas parece que también.

Así que he comprado lapiceros y rotuladores de colores. Y pasta de modelar, vaya, plastilina de toda la vida para que nos entendamos los de más de treinta, sólo que ahora recalcan mucho su no toxicidad, dicen que hasta se puede comer. Ya ves, no sé muy bien cómo hemos sobrevivido a nuestra infancia sin plastilina que se come, sin rotus que no manchan (imagino que porque no pintan), sin sillitas de seguridad, incluso sin cinturones de seguridad, sin casco para la bici, sin coderas ni rodilleras, sin patines que no ruedan y zapatos antideslizantes, sin tiritas de Bob Esponja y papel higiénico húmedo, sin iPañales, sin iOrinales y sin braguitas inteligentes. De nuevo, en fin.

Y he llegado a casa a horas extrañas. Y extraña me han hecho sentir.

He mirado el portátil, tan callado, tan tranquilo. Tan serio y trabajador. Y he mirado mis compras, tan chillonas, tan alegres. Tan divertidas, tan, tan. Una hora más tarde había hecho una vaca de plastilina, dos conejos y un tren. He coloreado un pato que tímidamente mete el pie en un lago para ver si el agua está fría, aunque me falta por pintar el agua, como es azul dejaré que lo haga ella cuando venga del cole, porque a ella le gusta el “ashuuuuul” y a mí me gusta la boquita que pone al decirlo. He pintado una camiseta con una abeja regordeta y una flor. Por eso de los buenos días que están por llegar.

Me ha faltado ponerme un baby, ¿sabes?, ahora mi camiseta está llena de plastilina. De esa que por lo visto se puede comer, pero no sé si se puede lavar. Los rotus sí, ¡qué suerte para mis manos! Y te lo he querido contar justo antes de hacerme, de nuevo, mayor. Porque llovía y hacía frío. Porque he esperado una hora donde esperan los que por lo que sea ya no pueden trabajar, y estaba triste, joder. Y ahora no, o un poco menos. Quizás te sirva a ti también.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta verte así, sentirte así. Y me imagino que eres más tú. Quizás más ella también.

Y se quedó sin zapatos, pero encontró un arsenal de juegos para compartir y un pato para imaginar mil cuentos, y un "mami cuanto te quiero", a lo mejor, dibujado en un rincón del papel.

E de C.