viernes, 29 de febrero de 2008


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Geranio rosa.

Preferencia.

Ahuyenta males.

Espanta tormentas.

Geranio rosa.

Protector.

Guarda la casa.

Guarda mi amor.


Nunca me han entusiasmado los geranios. Las hojas tienen un tacto que me da repelús, por esa pelusilla como de piel de melocotón. Si se me ocurre tocarlos me pican las manos. Y me hacen estornudar. Además, huelen a viejo. O a vieja. Los geranios, más bien, huelen a vieja.

Pero huelen a pueblo también. Huelen a tardes tranquilas a la sombra del porche. Huelen a costura, huelen a lectura. Huelen un poco, también, a contar historias. A contar cuentos que sí sucedieron, de protagonista una versión diminuta de mí misma. O una versión igual de diminuta de mamá. O de las tías. Como el de la cabra montesina que recorre montes y valles y se come a las niñas a pares, en el que mi Mini-Madre salva a sus hermanas de la temible cabra afincada en lo alto de la Cámara. La más pequeña se arma de valor y rescata a sus hermanas a pesar del miedo, a pesar de las amenazas. Y es que el amor es así, creo. A pesar de mi escepticismo sobre el amor de pareja. El amor en el que sí creo es así. Saca fuerzas de flaqueza y valor de cobardía, haciendo grande lo pequeño. Y eso le pasó a Mini-Má.

Los geranios huelen, un poco, a todas esas cosas que se quedaron a vivir en la infancia. Al pan con chocolate. A la bici siempre lista para salir corriendo. A la piscina llena de primas. A los líos de la siesta en los que no dejábamos dormir a nadie. Al Pedrillo y sus chuches. A la Placeta. A los globos de agua. Al Molino de Viento y al Monte.

También huelen a los que no están. A mi hermanita. A mi abuela. Sé que huelen, incluso a mi abuelo, aunque yo ni lo conociera. Huelen a lágrima que tiembla, emocionada.

Pero los geranios huelen, por encima de todas las cosas, a los sueños de un niño.

Y aunque yo no me había dado cuenta hasta que no empecé a escribir esta mañana y a pesar de que sigan sin entusiasmarme, me encantan los geranios de mi casa. Y más los que crecen en las ventanas del recuerdo de mi mente cuando calla.


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