martes, 4 de marzo de 2008




.

Esta noche, como todas las noches desde el sábado, la he pasado en un duermevela inquieto, nervioso. Me duelen mucho los riñones desde entonces, no como consecuencia de las cansadas noches, sino al revés.

Ayer volvía del curso de doblaje en el autobús, eran las diez y media de la noche de un día eterno, sabía que había huelga de la EMT, pero tener que subir y bajar las escaleras del metro me parecía la peor idea del mundo. Mi espalda estaba de acuerdo. Por suerte y a pesar de que iba bastante lleno, encontré un sitio para sentarme. No sé en qué momento el duende que vive en aquél desván de Cáceres se puso a cantar “A la media luz de las viejas candelas, / quiero cantarte, niña, al son del aire / y ahora que vagas sola por las calles, / mi melodía...”. Y todo se vino abajo. Sola yo. Triste yo. No recuerdo exactamente cuándo me puse a llorar. Quizás llevaba tiempo así antes de darme cuenta. No me limpiaba las lágrimas, corrían libremente hasta perderse en el cuello de mi jersey.

Lo que sí recuerdo es que, de repente, con un gesto suave pero firme al mismo tiempo, la viejita que viajaba sentada a mi lado me cogió la mano. La miré, me miró. Con su otra mano me daba palmaditas en el dorso de la mía, con un gesto tan cariñoso que abrió las compuertas de mi inundación. No dijo nada. No dije nada. Pero no me soltó la mano.

Era menudita, con el pelo tan blanco que pensé que al sol deslumbraría. Le brillaban los ojos, de un color indefinido, que se mostraban cansados pero llenos de cariño. Pensé que sus nietos eran muy afortunados al contar con esa mirada. Llevaba una chaqueta gruesa de lana gris y la falda negra. Pero bajo la chaqueta se podía ver una inusitada explosión de colores. En la mano que me palmeaba, una pequeña alianza bailoteaba en el dedo retorcido y flaquito, al cuello, descansando sobre su hundido pecho en una fina cadena de oro, colgaba otra mayor.

Llegamos a mi parada, la penúltima. Ella no hizo ademán de bajar, iba hasta el final. Yo me levanté y le di las gracias. Ella asintió. Me sonrió. Yo me bajé, ya calmada.

Y tan agradecida. Porque no todo el mundo sabe preocuparse por un extraño. Y ya no hablemos de consolarlo sin necesidad de decir cosas en las que quizás no se crea. Ella sabía que dolía y con eso fue suficiente para que agarrara mi mano todo el camino. No hacía falta decir nada, porque aquella Persona arrugada y menudita sabe de sobra que si duele, en compañía, duele menos. Y que para bien o para mal, ya pasará.

En 10 minutos el quirófano preparado. Yo quisiera poder agarrar ahora tu mano. Y la de tus padres. Para que no estemos solos. En la distancia sujeto el cuarzo lleno de energía que me regaló Belén. Lo sujeto como la viejita sujetaba mi mano. Y os mando, con todo mi corazón, fuerza.


.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sinceramente decirte lo que pienso "te ha tocado la loteria" la primitiva con 5 aciertos y el reintegro... ¿por qué digo ésto? pues porque la empatía es un valor a la baja.
Sí en esta sociedad cada cual va a lo suyo, el autombliguismo, y que dificil es que te pase lo que te acaeció a tí, creo que el problema de todas las relaciones sentimentales de hoy son eso, o que no todo el mundo entiende lo que es ser empático, o que los pocos que lo entienden son capaces de abrazar a un desconocido, de darle una palmadita de consuelo...
Yo ya lo he aprendido, amor con amor se paga y lo acontecido en ese trayecto... es impagable chica.


*respuesta:si ya nos vale andamos perracos perdios tu con tu curso yo con mis interminables resúmenes.

sabes que te adoro? :D

Anónimo dijo...

lanza la piedra descarga tu ira!