miércoles, 14 de mayo de 2008




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Hola. Siento las ausencias. Lo pienso cada día. Y cada día me juro que volveré a veros, es necesario para mí saber que todo está bien por aquí porque os echo de menos. Pero al final, cada día, me acabo jurando que de mañana no pasa. Que hoy, al final no, pero mañana sí. Y cuando mañana es hoy, mañana sigue siendo mañana. Y todo se convierte en el cuento de nunca acabar.

La verdad es que mi vida, desde mi cumpleaños, se ha visto sumida en un caos a ratos absurdo y asfixiante, a ratos tierno y romántico, a ratos soñador, a ratos desquiciante e hiriente. Y de un tiempo a esta parte, los ratos que más abundan son los de dolor. Y vamos a hacer un paréntesis que explique un poco esto, porque estoy bien (dentro de lo que cabe) y no quiero sustos ni malentendidos.

“Unce upon a time”... así empezaría mi cuento si en vez de cuento fuera “story”, pero es cuento así que ahí va: érase que se era una chica de Madrid, despierta, guapa, creativa y divertida, buena amiga, mano tendida, oído abierto (aquí he de puntualizar que no soy yo, sino el narrador, quién ha elegido esta, por otra parte acertada, descripción, ¿vale?). Romántica de la amistad, juraba nunca haberse enamorado en el mal sentido del término, pues bien era sabido que ponía amor en todas y cada una de las cosas que se traía entre manos. El caso es que, un buen día, brindando por los buenos momentos de amistad, conoció a... alguien (¡ay! osado narrador que a punto has estado de escribir príncipe y yo me muero de risa, pues ese alguien no es ni será, ni de lejos ni de cerca, ni delante ni detrás, nada que se asemeje siquiera remotamente a ninguna monarquía). En fin, entrometida, que yo cuento y tú te callas porque sólo quería poner en tu boca las palabras de amor que has decidido encerrar en el fondo del corazón por no sé qué cojones de “mantener una reputación”... y perdón por la expresión. A lo que iba, el caso es que la bella joven treinteañera se enamoró, viajó, disfrutó, salió de fiesta hasta no poder más, fue a conciertos, salió a cenar y entró, salió y volvió a entrar. Y de tanto acá para allá, de tanto meter y sacar ¡oh!, no nos vayamos a engañar... que París siempre ha estado lejos para venir bamboleándose enganchado al pico de ningún pajarito... pasó lo que os estoy tratando de contar.

Y entonces todo cambió. Ya nada era como debiera, aunque quizás fuera mejor (y si fuera ella la que ahora mismo hablara, lo negaría rotundamente). Mañanas de náuseas, tetas irreconocibles, inabarcables y tremendamente dolorosas. Muchas ganas de llorar. Carne de gallina. Olores que huelen mal. Sueño, cansancio y ganas de no despertar.

Y las dudas y el no saber qué pensar. Y el miedo a la soledad. Y el problema del dinero. La vivienda. El antes y el después. El no salir más. El dejar el tabaquito. Más ganas de llorar. “Se lo digo no se lo digo”. Deberías abortar. Te lo digo como amigo, tú no quieres ser mamá...

Y al final tirar pa’lante con lo que haya que tirar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado... aunque hablando ya en verdad, no ha hecho más que empezar...




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Algo está creciendo.
Lo noto por dentro.
Si los ojos brillan,
brilla el cielo.
Y tus manos no me dejan de tocar.

Algo está creciendo.
Algo nuestro.
Tiemblan las sonrisas
de los labios más prietos y callo.

Y crezco.
Y pienso.
Y siento
que algo está creciendo.


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Y como aún hay mucha gente (papás incluidos) que no saben nada de todo esto. A partir de hoy, guardadme el secreto.


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