Esta mañana al llegar a la oficina me puse a escribir. Tenía tantas cosas que decir tras la tormenta... Pero un accidente informático mandó al limbo de los documentos de word la que iba a ser mi actualización de hoy. Así que ahora me pongo de nuevo a ello. Para empezar por el principio diré que me hubiera gustado comenzar hablando del porqué de mi fotolog, como hice esta mañana. Pero ahora ya no me apetece hablar de eso en este momento.
Luego continuaba repasando los altibajos de mi vida, hablaba de como dejé de ser una persona muda que gritaba en el silencio, de como recobré la voz dentro de una bolsita de terciopelo negro en la que también encontré unas alitas, tan pequeñas que parecían de juguete. De cómo dejé de escribir y de cómo empecé a rescribirme. De crecer de sopetón a ritmo de desgracia al CRECER poquito a poco, aprender a crecer, reaprender. Rescribir, re, rehablar, ¡re(-)sentir!, re. Pero ahora tampoco quiero volver por ese caminito un tanto musical. Salvo por REhacer un texto que hablará de lo mismo sin hablar de lo mismo. Porque, en definitiva, hablará de lo importante.
Hablaba un poco de atadura, de culpa, de ser la hija que no debo ser. De la vuelta a la universidad a los diez años de la primera visita. Pero todo eso tendrá su momento...
Porque tengo una cosa muy importante que contar. Tengo que hablar de una persona. Y todo cambia en un segundo, por eso se rescribe hasta el fotolog. A su aire, rebelde. Cuando quiere, cuando no... no.
A esta persona importante, la llamaremos A., con el fin de preservar su identidad secreta... Además la “A” es una buena letra (siempre que sea mayúscula, y A. es grande, así que mayúscula es su letra) porque se lee igual del derecho que del revés.
Ayer A. y yo hablamos por teléfono, yo me encontraba fatal por lo del examen, la palabra el moñoña, yo me encontraba moñoña por lo del examen. Y A. me hizo reír. Más que eso, A. me hizo sufrir un ataque de risa en toda regla. Y antes del colgar ya estaba en el portal de mi casa llamándome al telefonillo. Decidió que teníamos la importante misión de salir a tomar cañas porque soy una cansina. No, qué digo, una misión superimportante, más bien. Y lo de cansina lo reafirmo.
Así que bajé a la calle. Y al llegar al portal vi un calcetín gigante, me esperaba de pie (es decir, con los “dedos” hacia arriba, y es que hasta entonces yo no sabía como se pone un calcetín de pie, en serio, hasta ese momento no tenía ni idea de eso), era de rayas de colorines (como los que yo uso). Estaba vuelto del revés, lo sé porque se le salían los hilos del remate por las puntas de los dedos... bueno ya sabéis, un calcetín al revés. Mi superimportante A. era un calcetín.
Y yo me fui de cañas con un calcetín. Ayer, a eso de las 10 de la noche, me fui de cañas con un calcetín de rayas que estaba de pie y del revés. Y todo el mundo nos miraba. Y los camareros al pobre A. no querían darle cerveza, hasta que les convencíamos de que la cebada iba bien para la lana.
Mientras estábamos de cañas, A. me decía algo así como, “joder, alguien tendría que hacer un fotolog que sólo hablase de mí”... y bueno, es que A. juega a quererse un huevo, al menos un rato cada día que yo sepa, seguro que en realidad es más de un rato. Y yo decía, a ver A., creo que es una buena idea. Yo voy a escribir un fotolog dedicado al héroe que está del revés. Al (anti)héroe que no es más que un calcetín dado la vuelta. Pero un calcetín de la mejor calidad, ¡eh!
Entonces A. me dijo, “yo no soy el que está del revés, eres tú la que te tienes que dar la vuelta para ver las cosas rectas”.
Y entonces lo entendí todo. Lo del laberinto ese del soy lo peor.
Esta mañana cuando empecé a escribir para hoy ya no estaba dentro del laberinto. Y desde fuera te digo, una vez más, gracias.
Llevo días de retraso con este, mi inherente, constante, desequilibrado y neurótico vaivén. Llevo toda la mañana tratando de ponerme en contacto con la profesora de economía. Aún no sé nada, pero ya no desespero.
Y ha vuelto el color a mi ventana.
Luego continuaba repasando los altibajos de mi vida, hablaba de como dejé de ser una persona muda que gritaba en el silencio, de como recobré la voz dentro de una bolsita de terciopelo negro en la que también encontré unas alitas, tan pequeñas que parecían de juguete. De cómo dejé de escribir y de cómo empecé a rescribirme. De crecer de sopetón a ritmo de desgracia al CRECER poquito a poco, aprender a crecer, reaprender. Rescribir, re, rehablar, ¡re(-)sentir!, re. Pero ahora tampoco quiero volver por ese caminito un tanto musical. Salvo por REhacer un texto que hablará de lo mismo sin hablar de lo mismo. Porque, en definitiva, hablará de lo importante.
Hablaba un poco de atadura, de culpa, de ser la hija que no debo ser. De la vuelta a la universidad a los diez años de la primera visita. Pero todo eso tendrá su momento...
Porque tengo una cosa muy importante que contar. Tengo que hablar de una persona. Y todo cambia en un segundo, por eso se rescribe hasta el fotolog. A su aire, rebelde. Cuando quiere, cuando no... no.
A esta persona importante, la llamaremos A., con el fin de preservar su identidad secreta... Además la “A” es una buena letra (siempre que sea mayúscula, y A. es grande, así que mayúscula es su letra) porque se lee igual del derecho que del revés.
Ayer A. y yo hablamos por teléfono, yo me encontraba fatal por lo del examen, la palabra el moñoña, yo me encontraba moñoña por lo del examen. Y A. me hizo reír. Más que eso, A. me hizo sufrir un ataque de risa en toda regla. Y antes del colgar ya estaba en el portal de mi casa llamándome al telefonillo. Decidió que teníamos la importante misión de salir a tomar cañas porque soy una cansina. No, qué digo, una misión superimportante, más bien. Y lo de cansina lo reafirmo.
Así que bajé a la calle. Y al llegar al portal vi un calcetín gigante, me esperaba de pie (es decir, con los “dedos” hacia arriba, y es que hasta entonces yo no sabía como se pone un calcetín de pie, en serio, hasta ese momento no tenía ni idea de eso), era de rayas de colorines (como los que yo uso). Estaba vuelto del revés, lo sé porque se le salían los hilos del remate por las puntas de los dedos... bueno ya sabéis, un calcetín al revés. Mi superimportante A. era un calcetín.
Y yo me fui de cañas con un calcetín. Ayer, a eso de las 10 de la noche, me fui de cañas con un calcetín de rayas que estaba de pie y del revés. Y todo el mundo nos miraba. Y los camareros al pobre A. no querían darle cerveza, hasta que les convencíamos de que la cebada iba bien para la lana.
Mientras estábamos de cañas, A. me decía algo así como, “joder, alguien tendría que hacer un fotolog que sólo hablase de mí”... y bueno, es que A. juega a quererse un huevo, al menos un rato cada día que yo sepa, seguro que en realidad es más de un rato. Y yo decía, a ver A., creo que es una buena idea. Yo voy a escribir un fotolog dedicado al héroe que está del revés. Al (anti)héroe que no es más que un calcetín dado la vuelta. Pero un calcetín de la mejor calidad, ¡eh!
Entonces A. me dijo, “yo no soy el que está del revés, eres tú la que te tienes que dar la vuelta para ver las cosas rectas”.
Y entonces lo entendí todo. Lo del laberinto ese del soy lo peor.
Esta mañana cuando empecé a escribir para hoy ya no estaba dentro del laberinto. Y desde fuera te digo, una vez más, gracias.
Llevo días de retraso con este, mi inherente, constante, desequilibrado y neurótico vaivén. Llevo toda la mañana tratando de ponerme en contacto con la profesora de economía. Aún no sé nada, pero ya no desespero.
Y ha vuelto el color a mi ventana.
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